Reducir la visita del Papa es vaciar su acontecimiento; magnificarla es soñar.
La visita del Papa a cualquier lugar del mundo, es un acaecimiento de proporciones que atrae la atención de católicos y no católicos. Es todo un suceso, que estimula la opinión y el comentario de creyentes, agnósticos y ateos.
Cuba no es la excepción. El viaje que realizó en Enero del año 1998 Su Santidad Juan Pablo II a la isla, marcó un antes y un después en la dañada relación de mamá Iglesia y papá Estado, que en acuerdo conjunto decidieron entonces, poner un alto y echar a un costado las tremendas diferencias existentes. Por primera vez vimos públicamente a un Fidel Castro, fuera de su papel protagónico como “ángel y protector de los pobres”, dejar en casa su vetusto uniforme y salir con un súper elegante e inmodesto traje Armani. Por primera vez también, quien custodió a las más de 750 mil personas (entre las que se encontraban líderes políticos, visitantes extranjeros y exiliados anticastristas) reunidas en la explanada de La Plaza de la Revolución, el ágora de los cubanos, además del vigilante Che Guevara, fue el Corazón de Jesús.
El mundo escuchó la plegaria y sin recelos se abrió a Cuba. Citar las demostraciones sería una acción interminable. Aún así, el gobierno de La Habana, continúa atrincherado en su retórica de honor.
El anunciado viaje que realizará a nuestro país el actual Sumo Pontífice, Benedicto XVI, ha encendido la habitual polémica con repercusiones de extramuros. Algunos esperan lo que no puede pasar. El motivo principal de la peregrinación papal, es el 400 aniversario del hallazgo de la virgen de la Caridad del Cobre.
Reducir la visita del Papa es vaciar su acontecimiento; magnificarla es soñar. Porque si bien es muy cierto que la iglesia está jugando un papel fundamental e importantísimo intentando restaurar el matrimonio y la familia como institución social; logrando revaluar conceptos como el amor y la amistad, y redefiniendo otros; como robar, delinquir y matar. También es cierto que el cambio no se encuentra en un altar, es un avión que en pleno vuelo se queda sin combustible y está en las manos del pueblo dejarlo caer, o aterrizar. La comunidad internacional incluida la iglesia, actúan como los bomberos y las ambulancias, apoyan pero no deciden.
Fantasear es un ejercicio que sólo compete a los genios, y a los ingenuos. El Papa es un jefe de Estado que se debe a un protocolo, y si no hay inconvenientes de índole natural, la visita traerá para los cubanos un saldo beneficioso, nos hablará de libertades, de derechos humanos, de moral y reconciliación, con repercusiones mediatas; pero no sentará ningún precedente que cambie las reglas de un juego que ha sido muy ensayado. El plan y sus “accidentes” ya han sido todos calculados, redactados, revisados y rubricados por un precavido eclesiástico, y un anfitrión suspicaz.
Bienvenido sea el Vicario del Señor, su mensaje de fe, de solidaridad y fraternidad.
Cuba no es la excepción. El viaje que realizó en Enero del año 1998 Su Santidad Juan Pablo II a la isla, marcó un antes y un después en la dañada relación de mamá Iglesia y papá Estado, que en acuerdo conjunto decidieron entonces, poner un alto y echar a un costado las tremendas diferencias existentes. Por primera vez vimos públicamente a un Fidel Castro, fuera de su papel protagónico como “ángel y protector de los pobres”, dejar en casa su vetusto uniforme y salir con un súper elegante e inmodesto traje Armani. Por primera vez también, quien custodió a las más de 750 mil personas (entre las que se encontraban líderes políticos, visitantes extranjeros y exiliados anticastristas) reunidas en la explanada de La Plaza de la Revolución, el ágora de los cubanos, además del vigilante Che Guevara, fue el Corazón de Jesús.
El mundo escuchó la plegaria y sin recelos se abrió a Cuba. Citar las demostraciones sería una acción interminable. Aún así, el gobierno de La Habana, continúa atrincherado en su retórica de honor.
El anunciado viaje que realizará a nuestro país el actual Sumo Pontífice, Benedicto XVI, ha encendido la habitual polémica con repercusiones de extramuros. Algunos esperan lo que no puede pasar. El motivo principal de la peregrinación papal, es el 400 aniversario del hallazgo de la virgen de la Caridad del Cobre.
Reducir la visita del Papa es vaciar su acontecimiento; magnificarla es soñar. Porque si bien es muy cierto que la iglesia está jugando un papel fundamental e importantísimo intentando restaurar el matrimonio y la familia como institución social; logrando revaluar conceptos como el amor y la amistad, y redefiniendo otros; como robar, delinquir y matar. También es cierto que el cambio no se encuentra en un altar, es un avión que en pleno vuelo se queda sin combustible y está en las manos del pueblo dejarlo caer, o aterrizar. La comunidad internacional incluida la iglesia, actúan como los bomberos y las ambulancias, apoyan pero no deciden.
Fantasear es un ejercicio que sólo compete a los genios, y a los ingenuos. El Papa es un jefe de Estado que se debe a un protocolo, y si no hay inconvenientes de índole natural, la visita traerá para los cubanos un saldo beneficioso, nos hablará de libertades, de derechos humanos, de moral y reconciliación, con repercusiones mediatas; pero no sentará ningún precedente que cambie las reglas de un juego que ha sido muy ensayado. El plan y sus “accidentes” ya han sido todos calculados, redactados, revisados y rubricados por un precavido eclesiástico, y un anfitrión suspicaz.
Bienvenido sea el Vicario del Señor, su mensaje de fe, de solidaridad y fraternidad.